jueves, 25 de marzo de 2010

FELIZ ANIVERSARIO!!!!!

Hoy ha hecho un año que una jueza dictó la sentencia que nos convirtió en padres de Lola y a ella en nuestra hija. Fue un día muy especial, lleno de emociones, nervios y alegrías. A estas horas aún brindábamos en casa de sus padrinos Piluca y Alfonso por la GRAN NOTICIA. Fue una tarde hermosa, lucía el sol y la primavera había llegado por fin a Madrid y a nuestro proceso de adopción, después de dos años y medio de intenso camino. Nos quedaban unos pocos días para poder abrazarla, olerla, achucharla, como ahora hacemos cada mañana... Qué recuerdos, qué nostalgia, me encantaría volver a sentir todo aquello de nuevo. El subidón de aquellos días, la experiencia del viaje, los primeros momentos, la estancia en Addis Abeba...

Hoy la miro y veo cuánto ha crecido, lo guapísima y grande que está, el mogollón de pelo que tiene (que no soy capaz de dominar), su enorme sonrisa ya llena de dientes, su alegría, sus primeras palabras... no me puedo creer que haya pasado ya un año y tener esta sensación de que no estoy disfrutando a tope. El trabajo, el cansancio, las preocupaciones diarias, todo eso que llaman el día a día que te va comiendo terreno a lo demás...Ayssss, lo que daría por un nueva baja maternal!!!!!!!

FELICIDADES A TODAS LAS FAMILIAS AMIGAS QUE HOY COMPARTEN ANIVERSARIO CON NOSOTROS.

Se os echa de menos. Y también a las que este día no salió bien, pero sí más tarde, con las que compartimos muchos sinsabores del camino y celebramos después las buenas noticias. Echo de menos aquellos mails diarios... ser madre es lo que tiene...el tiempo ahora es para ellos, que lo necesitan un montón.

Un beso enorme a todos.

lunes, 8 de marzo de 2010

Mandela



Llevo unos días sumergida en la novela de John Carlin sobre Mandela, El factor humano y, este fin de semana he ido a ver la película que Clint Eastwood ha hecho basándose en la misma, Invictus.

Tengo que confesar que era una analfabeta total sobre la figura de esta grandísima persona que el mundo ha tenido la suerte de tener entre los suyos. Sabía que existió el apartheid, ese tremendo sistema racista inventando por los blancos sudafricanos que discriminó durante años de forma brutal a sus compatriotas negros. Sabía también que Mandela había luchado contra ese sistema, que por ello estuvo en la cárcel y que al salir de ella consiguió acabar con el injusto apartheid y se convirtió en presidente de Sudáfrica, y que por ello recibió el Nobel de la Paz. Pero poco más.

No tenía idea de cómo se gestó todo, de cómo era la personalidad arrolladora de Nelson Mandela, su carácter disciplinado, su fuerza, su coraje y valentía, su constancia y paciencia, su inteligencia. Cómo planificó su estrategia de conseguir la verdadera democracia en Sudáfrica desde la cárcel, cómo el rencor por todo el sufrimiento padecido en sus 27 años de cauteverio no pudieron con el sueño, mucho más importante y fuerte, de conseguir la libertad para su pueblo, para su gente, los negros que eran considerados ciudadanos de segunda o tercera categoría por los afrikaners blancos. Y cómo desechó la violencia y adoptó por contra el perdón, la generosidad y la amistad como fórmulas para llegar al verdadero entendimiento.

Y, además de todo ello, gestó la brillante idea de utilizar el deporte cómo medio para llegar a su objetivo, como forma de conciliar los resentimientos de unos con el escepticismo de otros. Y como lo consiguió al fin en el inolvidable Campeonato del Mundo de Rugby de 1995, que no sólo fue aquel en el que el equipo sudafricano, los Springboks, se convirtió en campeón, sino que supuso mucho más que eso. Fue el acontecimiento en el que se vio a una nación que hasta hacía muy poco había estado completamente dividida entre negros y blancos, completamente unida y con un mismo objetivo común: apoyar a su equipo para conseguir ganar el campeonato. El país fue realmente espejo del eslógan que inventaron para promocionar el rugby entre la población: " un equipo, un país". Y se ondearon banderas nuevas en el estadio, que incluían los colores propios de la comunidad negra, y se cantó el nuevo himno nacional, que incluía el tradicional afrikaner y el propio de los negros, Knosi Sikelele, que los Springboks se aprendieron para la ocasión. Y cuando se pitó el final del partido, se abrazaron negros y blancos en el estadio y en las casas y en los bares de todo el país la gente lloraba de emoción y alegría porque su país había ganado el Campeonato.



Unos años antes, sin que hubiera mediado la labor de Mandela, hubiera sido impensable algo así. El rugby, considerado uno de los exponentes más patentes del apartheid, era un deporte que los negros odiaban. Y ese odio les llevó a vetar su participación en las competiciones mundiales.

Pero sería injusto no decir que sólo fue labor de Mandela todo lo que sucedió. Sin la buena disposición y voluntad de muchas otras personas, sin la inteligencia y valor de otras, sin el esfuerzo de muchas y, por qué no decirlo, sin el sentimiento de culpabilidad de algunos, toda la historia que cuenta el libro de Carlin no hubiera sido escrita. Kobie Coetsee, Botha, De Klerk, los hermanos Viljoen, Du Plessis y Francois Pienard, capitan de los Springboks, entre otros, son algunas de las personas que aparecen en el libro y cuya participación es importante de una u otra forma.

Me ha impresionado mucho el saber que estaban ocurrieron cosas tan importantes en Sudáfrica, y trascendentales para el mundo, en una época tan reciente, cuando yo estaba acabando la universidad, y que supiera tan poquito de ello.

Y digo trascendentales para el mundo porque lo que sucedió allí con Mandela fue algo extraordinario que debería servirnos de ejemplo a todos para nuestra vida. ¿Qué sería del mundo si existieran más Mandelas en otros puntos del globo? Cuántos Mandelas nos hacen falta!

lunes, 1 de marzo de 2010

Lo que hace grande cada día

Últimamente sólo escribo cosas negativas en el blog y he decidido que va siendo hora de cambiar de tercio. Más allá de los agobios del día a día, la economía, el cansancio acumulado, la falta de tiempo y todas esas cosas, mi vida está llena de momentos muy especiales que me dan la fuerza y la alegría para tirar pa' lante y minimizar esos otros aspectos no tan bonitos que todos los mortales tenemos que sufrir.

Un día cualquiera de lunes a jueves sería más o menos como sigue. "Cariño, es hora de levantarse". Esta frase la dice mi marido en un susurro y yo, con una voz que casi no me sale del cuerpo respondo: "mmmm, ¿qué hora es?", "son las 7", me dice y yo le suplico "cinco minutos más por favor". Entonces me pone el despertador para dejarme ese ratito más y él se va a pasear al perro. El día comienza mal, porque no nos engañemos, madrugar, excepto a algún despistao, no le gusta a casi nadie. Pero peor sería si el primer sonido que escuchara antes de abrir el ojo fuera el horrible ring ring del despertador. Así que agradezco infinito a mi querido marido que tenga la delicadeza de despertarme de esta manera.

Cuando consigo poner un pie en el suelo voy directa a la ducha y cuando ya estoy vestida suele llegar Ramón con Mambo de su no siempre apetecible paseo mañanero. Y entonces tiene lugar uno de esos momentos chulos a los que me refería antes. Cuando se oye la puerta, Lola saluda desde su cuna con un clarísimo "hola" que es a la vez una forma de decir que tiene hambre y quiere su bibe. Pero la muy golfa lo dice con esa risa picarona que tiene que no puedo evitar ir corriendo a darle un bocao. Y ya de paso me meto en la cama de Lucía a darle unos achuchones para despertarla porque a esas horas está totalmente grogui (excepto los fines de semana, que suele despertarse y, a la par, despertarnos).

Entonces nos vamos todos a la cocina a desayunar y, si todo va bien y no surgen imprevistos tipo enfado de la mayor porque quería seguir en la cama o no le apetece desayunar o que alguna de ellas está pocha y le da por vomitar o algo similar, disfrutamos de otro agradable encuentro familiar.

Este espacio de tiempo que va desde que nos levantamos hasta que cada cual llega a su centro de trabajo o estudios es toda una aventura. Todos los padres y madres me entenderán perfectamente. Suele ser bastante estresante por lo general, porque los niños no entienden eso del tiempo que hemos inventado los mayores y hacen las cosas a su manera y a su ritmo. Es complicado explicarle luego a tu jefe que has llegado tarde a la oficina porque tu hija tenía que terminar de dibujar una mariposa para una amiga del cole o porque se le ha ocurrido preguntarte qué era la mitología o cuánto te había costado el piso donde vives (basado en hechos reales) y, por supuesto, tu hija de 6 años no se conforma con una respuesta cualquiera, hasta que no lo ve claro no deja de preguntar. Tienes dos opciones, zanjar el tema gritando en plan padre autoritario y quedarte con un mal cuerpo que pa qué (y tu niña llorando con razón) o intentar pacientemente encontrar las palabras para explicarle el tema de forma adecuada a su edad. Y eso, a las 8 de la mañana, con otra niña de 1 año tirando de tu pantalón y con falta de sueño es muuuuuuuuyyyy difícil. Pero cuando te sale bien, te creces, oye, qué bien te sientes.

Después salimos todos pitando hacia los curros respectivos, en el mismo coche porque ahora tenemos uno estropeado, y me dejan primero a mí en la puerta del metro. Por el retrovisor veo a mis dos princesas de la mano. Ahora Lola quiere ir siempre de la mano de su hermana en el coche. La otra tarde Lucía no se tomó la merienda nada más salir del cole porque no quería soltarle la mano a su hermana en el coche por si lloraba. Me emocioné. Vaya dos!

Lo que viene a continuación lo voy a obviar, porque no me apetece hablar de trabajo, tal vez otro día, no sé. El caso es que ahí desconecto y me pongo en modo curranta hasta que llega la hora de salir. Casi ni hablo de mis cosas en la oficina, también puede ser porque llevo poco tiempo en este sitio y no tengo mucha confianza con nadie aún.

Cuando me marcho, cambio de nuevo el chip y empiezo a pensar en todo lo demás. Por lo pronto hay que recoger a las enanas. Primero a Lola de la guarde y después a Lucía. Hoy hemos ido juntos Ramón y yo a por la pequeñaja. En cuanto nos ve entrar se pone a dar vueltas y a correr por la clase, riendo sin parar. Le gusta que la persigamos. Luego protesta cuando le ponemos el abrigo, ¡qué poco le gusta que la manejen! Después salimos andando, ya no va en brazos, hasta el coche. Le encanta ir andando, creo que se siente mayor.

A veces vamos con ella a buscar a la hermana al cole, otras, como hoy, no. Y entonces, en cuanto escucha las llaves en la puerta y oye la voz de su hermana, sale como un cohete a darle un abrazo y decirle "hola". Este es otro momento mágico para mí. Me enternece ver que se quieren tanto. Hasta hace muy poco, Lola pegaba y mordía a su hermana, aunque también jugaba y se reía mucho con ella, pero no consentía en darle un abrazo. En cambio ahora... todo lo contrario. Y es genial verlas así. Yo tenía mucho miedo a los posibles celos entre hermanas, sobre todo de la mayor hacia la pequeña, sin embargo han ocurrido fundamentalmente al revés, de la peque a la mayor. Lo que me parece curioso, aunque sé que es habitual también. Pero por muy normal que sea, qué duda cabe que a los padres disfrutamos muchísimo viendo a los hermanos llevándose bien y si encima están jugando, riéndose y bailando como mis dos payasitas esta tarde, mejor que mejor. Esta es una de las canciones que han bailado, nuestra última "adquisición" de la biblioteca pública, del disco World Playground CD Volume 2 del sello Putumayo:



Después de este rato de bailoteo, ya he tenido suficiente ración de alegría diaria, pero la cosa no se queda ahí. La tarde-noche tiene su aquel, es algo parecida a la mañana, sólo que ahora tienes prisa porque las niñas se vayan a dormir pronto para poder irte tú también pronto a la cama y antes tener un mini ratito para charlar con tu pareja si es que te quedan fuerzas. Porque la tarde-noche está plagada de tareas: que tu hija mayor haga los deberes mientras la pequeña no para un minuto tocándolo todo por la casa y tú detrás para que no meta los dedos en los enchufes y no se abra la cabeza con un pico de alguna parte. Bañar a la bebé. Vigilar que se duche la mayor. Vestir a la bebé. Vigilar que la mayor salga de la ducha de una vez y se vista antes de pillar su enésimo resfriado. Dar de cena a la enana y preparar la cena de los demás. Acostar a Lola. Sacar al perro (de esto se encarga siempre mi marido, he de decirlo, pero del resto de cosas los dos indistintamente). Poner la lavadora y la secadora. Cenar. Sacar la basura. Leer un cuento a Lucía. Acostarla. Recoger cocina. Y, a veces, cocinar para el día siguiente. Y entre todos estos quehaceres, queda todavía un resquicio para los buenos momentos, que son por ejemplo, el rato que Lola chapotea como loca en el agua y de paso me baña a mí, y las conversaciones con Lucía antes de dormir, que son algunas de las conversaciones más interesantes que tengo y he tenido nunca. Los niños para conversar son la leche, te dejan planchado casi todo el tiempo. Me encanta.

Y ya para acabar me queda una o dos horas para charlar con Ramón y/o ver algo de tele, últimamente estamos enganchados a "Cómo conocí a vuestra madre", que es una comedia muy divertida, que al principio te recuerda a Friends pero que luego te das cuenta que no tiene nada que ver. Otras noches, como ésta, saco energías de no sé dónde, enciendo el ordenador y escribo en este blog.

Buenas noches!

 
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