
Lago de Debre Zeyit
Prefiero contar primero el final del viaje porque fue la parte más dura, la que se nos complicó y acabó dejándonos un amargo sabor de boca. Me da mucha pena y mucha rabia que el viaje acabara siendo tan complicado al final y nos dejara ese sabor agrio, esa mala leche y ese "estoyhastalasnaricesdestodoestonoaguantomas" que al menos a mí me acompañó durante las 18 horas de travesía desde Addis Abeba hasta Madrid.
Lo importante es que tuvo un final feliz y, aunque hechos polvo, con cara de "necesito una cama y una ducha", y con los nervios destrozaítos de tanto usarlos, los 13 viajeros españoles del grupo de Mundiadopta del vuelo Addis Abeba-Madrid de Ethiopian Airlines con salida a las 23:20 (22:20 en España) del día 16 de abril de 2009, llegamos a Barajas el día 17 de abril a las 15:00 horas. Increíblemente, nuestras maletas aparecieron enteras unos 45 minutos después por la cinta 19 de la T4. Así que, tras despedirnos de nuestra pequeña familia de viaje (se me hizo un pequeño nudo en el estómago), comenzamos a caminar muy nerviosos hacia la puerta de salida, donde nos esperaban nuestros familiares. Qué emoción. Pero esto no iba a contarlo ahora. Esto irá en otro post.
Volvamos al día 16 de abril, jueves, 20:30 hora local de Etiopía (en España una hora menos). Un par de furgonetas nos vienen a buscar a la puerta del Lions Den Hotel. Es el lugar donde suelen ir las familias de Mundi. Puedes buscar otro alojamiento si quieres, sin embargo nosotros preferimos éste para estar con el resto de familias.
Nos despedimos del personal del hotel, muy agradable, que nos ha tratado muy bien estos días, aunque algunos camareros hayan sido algo pesados, como Mengistu, que se pasaba todos los desayunos colmando de besos a los niños. A los cuatro días le temíamos. Aún así era un "coffe maker artist", como le llamaba Ramón. Sus cafés estaban muy bien preparados y sabían mejor. Le acabamos regalando una bolsa de aseo con alguna crema, suero fisiológico y una camiseta que él mismo se encargó de pedir.
También les dijimos hasta pronto a Esther y su pequeña Gelila, y a Lola, Jose y su pequeño y dormido Kedir, que ese mismo día acababan de llegar a Addis. Unos se van y otros van llegando. Fue genial poder compartir con ellos su felicidad de ese momento, el encuentro de Esther con su preciosa hija (gracias Esther por dejarme vivirlo) y la llegada al hotel de Lola, Jose y Kedir bajo la lluvia desde las Misioneras. Qué duro fue para vosotros chicos, pero al final salió bien y Kedir en un bebé super rico y gordote. Qué ganas de volver a veros a todos por aquí.
Antes de partir hacia el aeropuerto de Bole, le dimos la mano a Gabeo o Gaveo, no sé cómo se escribe, el representante de Mundiadopta allí, con el que mantuvimos una relación bastante peculiar y controvertida en los últimos cuatro días de estancia en Etiopía. Esto también va para otro post, que en este me he propuesto contar sólo el viaje de vuelta.
La ciudad de noche parece otra. ¿Será eso de que todos los gatos son pardos? El caso es que parecía que estabas en cualquier ciudad del primer mundo, atravesando sus calles menos concurridas. De repente todo el bullicio de Addis Abeba se esconde, desaparece, supongo que se va a dormir. No hay un alma por las calles, cuando a la luz del día están repletas de gente a todas horas que van y vienen, que trabajan, que van al cole, que no van a ninguna parte, que van a la iglesia, que piden limosna, que intentan vender un gallo o unas fregonas, que pastorean cabras o vacas por la carretera, que pasean, que se buscan la vida... La gente vive en las calles. Pero sólo con la luz del sol. De noche no sé qué sucede. Me impactó mucho el contraste día-noche.
Llegamos sobre las 21:00 horas al aeropuerto. Un edificio grande y moderno de grandes cristaleras. No imaginaba así un aeropuerto en África. Me gustó esta sorpresa el día de la llegada.
Ya en la calle pasamos un primer control con un policía que nos pidió los pasaportes. Y nada más entrar te hacen pasar las maletas, bolsos, carritos de bebé, etc, por el escáner. Y te hacen quitarte los zapatos. Como no me di cuenta, llevaba unas zapatillas de cordones que me hicieron perder los nervios en el último control de la noche. CONSEJO: llevad zuecos o sandalias, que se pongan y quiten de forma sencilla.
El mostrador de Ethiopian Airlines estaba cerca de la entrada y no había cola. Nada hacía presagiar la larga noche que se avecinaba. Nos acercamos al empleado de turno y enseñamos nuestros billetes electrónicos de vuelta, nuestros pasaportes y el mail de Ethiopian Airlines Madrid en el que se reflejaba que los billetes previstos en principio para el día 14 habían sido cambiados para el día 16 y en lugar de ser vía Frankfurt, eran vía Bruselas. Este último dato, el cambio de ruta, debió mover algún resorte extraño y desconocido en el cerebro de esta persona de la Ethiopian. Algo no encajaba, no entendía por qué habíamos cambiado de ruta. "Porque no había vuelo para hoy en la misma ruta, el más próximo era para el día 26". Como si este motivo no fuera suficiente para él, volvió a hacer la misma pregunta varias veces más. Empezamos a ver que se agobiaba. Algo no iba bien. Pero estábamos calmados porque faltaban dos horas para que el avión saliera. Así que, mientras el tema se arreglaba, me fui con Lola a cambiarle el pañal y a darle el bibe. Cuando terminé, Ramón seguía en el mostrador junto a una de las mamás que viajaban con nosotros. El reloj avanzaba y no nos daban las tarjetas de embarque. Nadie nos contaba qué estaba sucediendo aunque estaba claro que alguien había metido la pata en algún momento y nuestros billetes habían desaparecido como por arte de magia, después de haber sido confirmados por la aerolínea por mail desde Madrid y en persona en el hotel Hilton de Addis esa misma mañana. El empleado de Ethiopian se marchó durante más de media hora y volvió sudoroso y pálido diciendo que no nos preocupáramos, que iba a solucionar aquello. ¿Cómo no nos vamos a preocupar si ni siquiera sabemos de qué nos tenemos que "no preocupar" ni qué es lo que tiene que solucionar? Para entonces los nervios de todos están en plena ebullición. Nos vemos volviendo al hotel y sin saber cuándo regresamos a casa. CONSEJO: si modificáis los billetes de vuelta, exigid un papel en el Hilton cuando vayáis a confirmarlos que justifique vuestro billete. No os conforméis con un "sí, está todo OK". El papel es lo que vale.
Por fin, a las 23 horas, tenemos tarjetas de embarque. Empieza nuestra primera carrera de la noche para llegar al avión, que, menos mal, nos está esperando. Eso sí, de los siguientes tres controles no nos libra nadie, por mucho que el avión esté parado en la pista sólo por nosotros. Además cada control se realiza con riguroso tiempo etíope. Con tranquilidad, despacito, sin estreses (para el empleado).
Cuando casi en la puerta del avión me obligan a levantar a Lola del carrito, dormida como un cesto, para pasarlo por el escáner, exploto sin contemplaciones. La verdad es que esta gente debe estar muy acostumbrada y hasta las narices de gente como yo la otra noche, que grita en un idioma desconocido toda clases de improperios cuando les piden que se quiten las botas o pongan las maletas, de nuevo, por la cinta. Vale, sí, no tienen la culpa. Pero, vamos a ver, ¿para que cuyons te vuelven a hacer pasar todo otra vez por la maquinita dichosa? No lo entiendo. Y más un carrito de bebé de estos de tijera que no lleva ni bolsa debajo ni ná de ná. Hay que j..erse.
Luego me sentí fatal de decir las barbaridades que dije, aunque no pude evitarlo, estaba muy enfadada y nerviosa. Claro que la noche no había hecho más que empezar...
Me sentí aún peor cuando vi que el señor mete patas de la Ethiopian nos encajó en clase Business porque no teníamos plaza en turista en el vuelo. GUAU. La primera vez de mi vida que viajaba en primera en un avión, qué pasada. Al final, lo mal que lo habíamos pasado esa noche y toda la semana con los nervios de los papeles y demás, se compensó con esta "gracia" del destino.
Teníamos cunita para Lola y sillones super cómodos que se reclinaban del todo, con mogollón de espacio para estirar los pies. Nos dieron cenita y desayuno, también una bolsa de aseo muy maja, con pijaditas varias. Lo mejor de todo fue la cuna. Si hubiéramos ido en turista no hubiéramos tenido cuna porque al pedirla en la reserva nos dijeron que no quedaban. Hubiera sido un viaje infierno y la verdad es que fue bastante cómodo. Ya se sabe que no hay mal que por bien no venga.
Llegamos con una hora de retraso a Frankfurt. Sí, porque finalmente nuestra tarjeta de embarque fue sacada de Addis a Frankfurt y no a Bruselas. Cosas de Ethiopian. Corrimos por el aeropuerto como locos para intentar coger el avión de las 7:45 de la mañana de Iberia con destino a Madrid, que se supone que era el nuestro. Antes de nada pedimos en información que avisaran a Iberia de que 13 pasajeros del vuelo siguiente llegaban un poco tarde. Dimos por perdidos nuestros carritos de bebé, ya que nos dijeron que teníamos que pasar a por ellos donde los equipajes y para eso había que hacer una cola enorme puesto que había que pasar control de pasaportes. Así que no nos daba tiempo. Tuvimos que coger un tren, subir y bajar escaleras, correr por varios pasillos...
Por fin llegamos al mostrador de Iberia. El avión acababa de cerrar el embarque y estaba a punto de salir. Lo sienten, no podemos subir. A continuación empiezan los gritos desesperados y cabreados de varios de nosotros mezclados con llantos de bebés hambrientos y cansados y frases de las azafatas pidiendo calma. ¿CALMA?. "Mire señorita, nos han dicho que el avión nos iba a esperar, han llamado para que nos esperara el avión". "Si quiere puede usted poner una reclamación a Ethiopian Airlines por llegar tarde, o reclamar al aeropuerto". ARGGGGGGGGGGGGG. No queríamos reclamar, queríamos llegar a casa, ducharnos, tumbarnos en nuestros sofás, ver a nuestras familias, abrir nuestras neveras, bebernos un vaso de agua del grifo... La crisis de voces y lágrimas duró unos 20 minutos hasta que llegó un jefe de Iberia y nos dijo que no nos preocuparamos, que él nos iba a resolver todo para volver a Madrid lo antes posible. Y eso que el amable caballero aún no sabía, ni nosotros, que ni siquiera existíamos como pasajeros de Iberia. Por otra extraña razón que creo nunca llegaré a descubrir, nuestros billetes a Madrid habían desaparecido del espacio aéreo mundial. No éramos pasajeros de nadie. Estábamos, literalmente, tirados en Frankfurt. Para colmo, el padre de uno de los papás, se encontraba muy mal, con un cólico de viajero galopante desde hacía dos días. Creo que
Tuvimos que recurrir a Carmen, la directora de Mundi, que llamó a Ethiopian Madrid. A partir de este momento, los 13 delegamos el tema "vuelta a casa" en manos de Ramón y Sonia, que parecían los más relajados a la hora de afrontar esta situación crítica. Dos horas y media después, tras el disgusto de comprobar que cuando ya estaba todo arreglado, no estaba todo arreglado porque los billetes de los bebés no aparecían en el sistema (el ordenador se hizo un lío con esa costumbre etíope de apellidar a los niños con el nombre y apellidos del papá), y gracias al esfuerzo de Iberia que se portó fenomenal con nosotros (y gracias a Ramón, Sonia y Carmen), estábamos embarcando en el vuelo IB3507, destino Madrid.
¿Qué hicimos mientras los demás? Cuidar a los bebés y los gemelos (menos mal que el aeropuerto de Frankfurt tiene una zona infantil que es la caña y que ayudó a su papá a contenerles durante nuestras 4 horas y media allí), y recuperar los carritos (gracias Javi).
El segundo vuelo duró dos horas y media y se pasó rápido. Lola no lloró nada. En realidad no lloró nada en todo el viaje completo. Es una santa. Cuando estábamos a punto de llegar le puse la ropita que me había regalado mi madre para su llegada. Qué rica estaba. Toda de rosa. Monísima.
Qué emoción tomar tierra, qué subidón, qué felicidad. Estábamos a punto de ver a Lucía. Cuantísimo la echábamos de menos.
Cuando se abrieron las puertas de salida la vi a ella en primer plano, con su camiseta de rayas y su falda de pana. Me lancé a ella corriendo con Lola en brazos. Ella tardó un poco en verme a mí. Ví a mi padre y a Alfonso, el padrino de Lola. Me abracé a Lucía, también Ramón. Ella miraba a Lola sonriendo. Nunca olvidaré esa imagen.
Recuerdo el sonido de cámaras de fotos y luces de flashes. Mucha emoción y nervios, sensación de que todo el mundo te mira, alegría inmensa.
Javi se acercó y dijo "esta es la pequeña Lucía". No pude responderle nada, no me salía la voz. Vi a Sonia con los ojos llorosos y le dije adiós con la mano.
Mi madre tenía una sonrisa de oreja a oreja. Le puse a Lola en brazos. No paraba de decir que era muy simpática y preciosa. Todos los decían. Mi padre, Maribel (mi suegra), mi cuñado Javier, Alfonso, Lucía. Fliparon con la pequeña Lola. Y es que es para flipar. Para comérsela.
Ahora tenemos dos bombones preciosos en casa, uno de chocolate y uno de vainilla. Los dos deliciosos ;-)